jueves, 30 de septiembre de 2010

¿Presencia o actitud policial?



Viedma.- La primera parte de un informe enviado por Andres Penachino, plantea la degradación hacia la autoridad policial e intenta instalar el debate sobre la presencia o la actitud policial para imponer el respeto que desde la fuerza hay que tener. También analiza la actitud de los fiscales.

 Los que no reparan en los errores cometidos, muy rápidamente vuelven a tropezar con los mismos problemas.

Excepto algunas honrosas excepciones, ya hemos visto como fracasaron los planes en materia de seguridad ciudadana, implementados por las innumerables gestiones desde fines de los noventa a esta parte.

La tan mentada presencia policial tiene importancia capital como medida post emergente, cuando la acción emergente ha dado resultado.

Ante el delito, la acción policial debe ser contundente, para que su presencia después sea respetada.

Es por ello que primero debe ser implementada, una *actitud* que imponga respeto. Si el policía le teme más al fiscal que al delincuente, protegido por la falacia de los derechos humanos, si no cuenta con una doctrina de accionar que proteja su investidura, sin una capacitación acorde con su rol de brazo armado de la sociedad, jamás podrá cumplir con su deber, menos imponer una actitud que imponga un digno respeto.

Es por ello que resulta imprescindible dotarlo en principio, con un
entrenamiento adecuado, con precisas instrucciones sobre su futuro accionar, con directivas claras, con el respaldo que la ley le debe otorgar, y que los encargados de orientarlo y protegerlo no tengan "sus manos atadas".

De su accionar surgirá el prestigio que debe rodearlo como la autoridad que se debe reconocer.

Entendido esto, más que presencia en consecuencia se debe lograr actitud policial.

Una difícil tarea:

En la actualidad, la cultura de la muerte ha transformado a un uniformado en un blanco móvil. El odio desatado, conlleva hasta distinciones entre los delincuentes que lucen orgullosos, en su cuerpo tatuajes que solo emulan "muerte a la yuta" (policía en lunfardo).

Esta subcultura es alimentada con expresiones seudo artísticas, con
canciones de la cumbia villera con expresiones que son una exaltación a la delincuencia y que Sadaic con su comité de ética no ha mencionado nunca.

Pareciera que los ejemplos de otros lugares de América, donde cantautores ensalzan a los dueños de los carteles (narcocorridos) son "la" copia a lograr.

La degradación ha llegado a tal punto que no solo "no" se respeta la
investidura, tampoco al hombre y la mujer que visten un uniforme. Si hoy, hasta el arma que porta el policía, no es más que un aditamento de su uniforme, como la placa de identificación, o la gorra, la misma se torna en un elemento inútil, para el y la sociedad, y un bien muy preciado por la delincuencia como herramienta de trabajo y de fácil apropiación.

No hay tiempo que perder, o corregir o perder al policía "nuestra última barrera contra la delincuencia".

Por Andrés Penachino

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